jueves, 21 de octubre de 2010

Editorial N° 13

Es seguro que don José de San Martín no lo apreciaba. De eso no caben dudas. Sucede que desde que ocupó el gobierno porteño, Bernardino Rivadavia se negó a colaborar con los ejércitos independentistas, pues no eran rentables para la burguesía mercantil. Bernabé Araóz en Tucumán y Güemes en Salta también deben haber insultado a viva voz al caballero. Y se sabe que para grandes caudillos federales tampoco fue un tipo digno de amor sino del más sincero desprecio.

Rivadavia es el emblema unitario, fue el aceite de la diplomacia inglesa, la mano que les tendió la tierra, los ríos y la desesperación de las provincias, que fueron estranguladas por la sofocación comercial y financiera con que Gran Bretaña las abrazó mediante el puerto y los bancos de Buenos Aires. Se sabe que todo esfuerzo que los caudillos hicieron por nuestros pueblos, fue ahogado sin misericordia hasta el estertor. A él le debemos como tradición argentina la adopción ingenua de las doctrinas extranjeras y la conformación de una oligarquía político-financiera, que aun late en la “city” porteña.

Pero hoy el sillón de Rivadavia ya no está más rigiendo la memoria desde la nomenclatura de las calles de nuestra ciudad. Según indican las fuentes “Alameda de la Federación” es desde la década de 1830 el nombre original de una de las avenidas principales de Paraná, donde las flores de los lapachos hacen alfombras fucsias en sus veredas. En un ir y venir de gobiernos democráticos y dictaduras la arteria en cuestión se denominó “Bernardino Rivadavia”, para llamarse nuevamente en 1975 “Alameda de la Federación”. Restitución que perduró lo que duraba un pestañeo democrático el siglo pasado en Argentina, ya que en 1976 otra vez dale que dale con Rivadavia.

En mayo pasado el centro de estudios Junta Americana por los Pueblos Libres y vecinos de Paraná, solicitaron al Intendente que vuelva a llamarse como al principio. Sin dudas, Entre Ríos representa gran parte de la lucha por la autonomía de las provincias en la historia de nuestra República. De manera que dicho nombre es un justo homenaje a la sangre y a la tierra mezclada en los pajonales, al honor de no haberse rendido en épocas de hombres armados hasta los dientes, en que la patria era un lugar en el que unos debían vivir, y otros debían morir.

Por eso desde La Chancleta creemos que este cambio de nombre no es una simple modificación, porque nos ofrece algo invaluable: reabrir las páginas de nuestra historia para reescribirla y renovar las voluntades para investigarla y redescubrirla. Con la ilusión de que esta sea la primera embestida, claro. No saben las ganas que le tenemos al Gral. Mitre o al Almirante Cristóbal Colón.

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