miércoles, 7 de diciembre de 2011

Editorial N° 17

Un domingo previo a las elecciones peronistas y radicales montaron (cada uno por su parte) un pequeño escenario en la costanera y se disputaron la atención de los transeúntes con sus respectivas marchas: una en versión chamamé y otra rocanrol. De aquella tarde sólo quedó el recuerdo de un huracán de ruido que provenía del vértice en el que se mezclaban las dos históricas melodías sonando asquerosamente. Verlos así fue casi como tener una visión. O un déja vù: privilegios que sólo tenemos los que vivimos en este país (vivir la historia como queramos), tal como Martin y el Doc en Volver al Futuro o  Winston Smith en 1984, donde todos los días se reescribía lo que había pasado. Porque estamos en épocas de elecciones y aparecen los candidatos procesados por la Justicia, los ya absueltos y los que se presentan como caídos de la mano de un ángel cuando son de las viejas y oscuras filas de la política argentina. Hay para todos los paladares en el banquete del señor. De entrada tenemos a los que trabajan todo el día, los inventos del marketing porteño y los que apelan a las promesas que no podían faltar: estudios, trabajo, futuro y hasta una casa. Y el plato fuerte: los que hacen hincapié en la inseguridad, el problema de las drogas y el alcohol en la desamparada juventud que no tiene la culpa de haber nacido en un país tan roñoso separado de Europa por un océano de fatalidades. También los que se ponen metafísicos, como ese candidato que (por lo que puede desprenderse de su jingle) es lo que tanto hemos pedido a dios. Es evidente que cada tanto los argentinos nos zarpamos de teleológicos. Luego andamos llorando como un tango, mutamos a algo menos exportable como una zamba que nos lleva enamorados a un casorio que no ofrece garantías y del que nos lamentamos tarde. Con un suspiro se nos va un año que ha sido demasiado largo, amigos, y ya aparecen los vaticinios del siguiente. Welcome to the jungle!
  La Chancleta     

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